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MAYO 2010  /  OPINIÓN

Una mujer, una mantilla

03-05-2010 11:29 a.m.

Nunca me he considerado feminista. Me he considerado mujer. Tal vez el hecho de haber sido mujer desde el vientre materno haya influido un poco.

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Veo con estupor como aún hoy es realidad, en un sector de la sociedad, la concepción de las mujeres como adorno y al servicio del hombre. Una realidad que convive con el mero objeto de divertimento en que las nuevas generaciones se han convertido unos a otros.

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Veo con estupor como estas dos realidades se exhiben al mismo tiempo por la calle. Una de un modo más llamativo que la otra, pero no por más discreta es menos dañina la herencia de la sibilina supremacía del hombre sobre la mujer.

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Creo que la necesidad de cambio urgente nos ha hecho a todos olvidarnos del objetivo. Cambiar una mala realidad para un sexo por otra realidad mala para los dos sólo nos hace retroceder a todos como personas.

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Hoy somos casi todos muy modernos y liberales, pero algunos hombres siguen sin poder aceptar que su mujer haya tenido una vida antes de conocerle. No son pocos los poetas que glosan la honestidad y el romanticismo de las mujeres abocadas a alquilar su cuerpo al primero que pasa. Y sin embargo, seguimos insultando a las mujeres con términos relativos a este oficio.

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Hace tan solo un par de días, un amante de las lingüística que presume de la exactitud de sus palabras y de la importancia de emplear en cada momento el término adecuado, pronunció en público la siguiente frase: “esos son todos unos…. que se van de mujeres”. Yo me pregunté: “¿qué nos habrá querido transmitir con esta frase? ¿Que hay un grupo de señores (a los que hacía referencia) que pasan una tarde de adoración con las adoratrices?, ¿donan su tiempo para colaborar con las hermanitas de la caridad?, ¿están aprendiendo a hacer macramé?, ¿atienden tal vez a mujeres maltratadas?, ¿se referirá a que pasan la tarde con su madre y hermanas haciendo familia? ¡¡¡Es tan amplio el abanico de posibilidades!!!” Y sin embargo suena y se entiende como si se fueran de putas. Partiendo de esa particular selección de palabras, he llegado a un descubrimiento social importante. Yo soy mujer, ¿es usted mujer? Pues para algunos hombres, somos un insulto.

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Capítulo aparte merecen las madres de los jóvenes (y no tan jóvenes) de hoy. Esas santas mujeres que parieron la sal de la tierra. Cuando en ocasiones me encuentro con alguna y saca el tema de “su niño”, espíritu puro, me echo a temblar. Sobre todo, porque lo que ellas ni se imaginan es que la que suscribe conoce la cara b de “su niño”. Esos “sus niños” peinan atractivas canas (cuando no tienen una entrada por salida en la testa) y llevan ya unos añitos gozando de pase pernocta. “¡Ay! Estrellita, estoy muy preocupá con mi niño …. Con lo bueno que es, ¡con lo que vale! Y lo mal que está el ambiente. ¡¡Es que me cuenta y no me lo creo!! Porque él busca una mujer decente y buena con la que formar una familia, que así se lo hemos enseñado en casa desde pequeño. Y además vale una barbaridad, es un buen profesional, es buen hijo, ¡todo! Pero, hija, que no encuentra nada. A ver si os conocéis porque a mí me tiene muy preocupada. Que si todas las chicas de ahora son muy ligeras, ¡claro, como todo vale!, y mi niño vale mucho. Nos lo dice siempre a su padre y a mí, que se han perdido los valores y que le producen asco las mujeres de hoy, imagínate”. Al principio pensaba: “habrá tenido mala suerte este chico, pobre”. Ahora cuando una madre viene a ponerme de ramita de perejil el mercado al que aún pertenezco tan sólo hago una pregunta: “Lo de que le dan asco las mujeres que dice tu hijo, ¿lo dice antes o después de yacer con ellas?”

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Nos rasgamos las vestiduras con la falta de libertades y derechos de las mujeres en otras latitudes o culturas y aquí seguimos educando a los niños para que busquen mujeres decentes para formar una familia mientras aceptamos la expresión “irse de mujeres” como prestación de servicios carnales a cambio de dinero. Dicen que de la abundancia del corazón habla la boca. ¿Vamos a seguir sin tomarnos la molestia de explicarles que ningún placer por el que haya que pagar dinero, vale lo que cuesta? No hay mayor desnudez que un “te quiero” en voz alta, ni mejor vestido que un “te quiero” correspondido. Educamos a las niñas para parecer decentes y que socialmente encajen en un perfil. Pero, como la luz de la nevera, que sólo se enciende para que se vea desde fuera. Dejemos de educar nuestras relaciones en competencia, en pulsos y carreras. Seamos íntegros y compañeros.

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¿Cuándo vamos a educar a los niños y niñas para que sean hombres y mujeres? ¿Dónde está la coherencia? ¿Acaso no es un valor? ¿Y el respeto? ¿Es que nadie va a explicarles lo que es una mujer?

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Una mujer es una obra de arte, una mantilla hecha a mano, única e irrepetible. Crearla necesita mucho amor y mucha dedicación. Una mujer es un cuerpo de encaje en un corazón de filigrana. Y digo bien, porque el corazón de una mujer abarca toda la extensión de su cuerpo y va más allá. Puede ajarse de un tirón en un instante, pero es capaz de recuperar su esplendor si la curan unas manos sabias y delicadas, sin prisa, dándole al hilo su tiempo, al corazón su aliento. Sobrevive al paso de los años con solera y con cada puesta realza a quienes la miran y a quienes la disfrutan. Hay que conservarla con cuidado y condiciones específicas, con ternura. Una mujer es mantilla, tocado de dolorosas bajo palio, velo de novia, realce de la fiesta, sudario de mártires y ofrenda para el altar. Es una mantilla la que vela el amor de los recién estrenados esposos. Y es una mantilla la que vela al amor muerto. Es fuerte y suave para acunar a un bebé y ligera para que el viento pase a su través. Es sensual y versátil. Es femenina y elegante. Una mujer es mantilla, aunque vista vaqueros y botas. Porque una mantilla es misterio que cubre y realza y, como mujer que es, no tapa porque encierra un misterio mayor que sí misma. Se adapta con alfileres y aguanta el peso de broches antiguos. Una mujer es mantilla. Herencia de generaciones en generaciones, se adecuará a las modas y seguirá siendo una obra de arte, única, con su propia e irrepetible historia.

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Estos son días de mantillas. Si tienen ocasión, observen el leve vuelo de una mantilla al compás de la brisa. Puede parecer caricia efímera, pero si realmente la ha mirado, sabrá que esa caricia es para usted. Como la mirada de una mujer, que roza levemente sus mejillas.

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Enseñen eso a sus hijos, léguenselo a sus hijas, compréndanlo ustedes, caballeros, y asúmanlo sin vergüenza la señoras.

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Soy mujer. Y me gusta el hombre. Y adoro mi tierra. Más espero que este jirón de esta Córdoba mía, éste en concreto, no sea eterno.

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Dios les bendiga.

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