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MAYO 2010  /  EL VIAJERO CORDOBÉS

Ajerquia Norte I

03-05-2010 11:34 a.m.

Encaminamos nuestros pasos por la vieja Ajerquía cordobesa en su parte norte; saliendo de la popular plaza del Alpargate, nos perderemos por un mar de calles que nos irán llevando a encantadores rincones llenos de Arte e Historia. Con señeras iglesias, antiguos conventos y viejas casas señoriales

Comenzamos este primer recorrido en la actual plaza del Cristo de Gracia, a la que se accedía tras franquear la desaparecida Puerta de Plasencia (por ser de esa localidad los que tomaron en la reconquista la ciudad por aquel lugar) de la que solo queda el topónimo. Destaca en el centro de su jardín la fuente, trasladada en 1950, cuando se remodeló este espacio, desde el Campo de San Antón donde fue erigida a mediados del XVIII y costeada con la celebración de tres corridas de toros en 1747. (De líneas barrocas presenta fuente de pilón curvo con tres pilares rematados en pináculo y el escudo de la ciudad en la base). Delante de ella vemos un pequeño Triunfo de San Rafael que era el que lucía en la puerta principal del desaparecido campo de fútbol de El Arcángel. Si dejamos a nuestra izquierda el Convento trinitario veremos en la conocida como Ronda del Marrubial (por el marrubio que crecía en abundancia cuando la zona era extramuros de la ciudad) un importante lienzo de la antigua muralla, de época almorávide (S. XI-XII), aceptablemente conservada para tratarse de época tan antigua.

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Si imaginamos cómo fue durante siglos la parte exterior a la desaparecida Puerta (una de las principales de la ciudad por ser la que salía hacia Madrid), es decir, campo abierto, estaremos en disposición de comprender que allí estuvo el Quemadero de la Inquisición, “una especie de fogón con grandes dimensiones, con un mármol grueso en el centro, en el cual se colocaban los maderos a que ataban el infeliz que había de ser devorado por las llamas”, en descripción de Ramírez de Arellano, que también nos aporta una lista de esos “infelices” sentenciados allí.

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Volvemos intramuros, a la plaza, una de las más amplias que tuvo siempre Córdoba, la cual ha recibido varias denominaciones a lo largo de su historia: primitivamente fue De los Olmos (por apellido de unos moradores, parece ser), mucho tiempo fue Del Corazón de María y en consonancia con la actual, también se denominó De los Padres de Gracia; popularmente los cordobeses siempre la han llamado “del alpargate”. Frontera a la extinta puerta surge la calle Agua, por lo visto eran propicias las inundaciones en ella, y que hacia su final se cruza con la conocida como del Queso (en el XVII se fabricaba este producto allí), formando una cruz que nuestros mayores conocían como “Cruz de San Lorenzo”.

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El edificio que destaca sobremanera en este lugar es el Convento Trinitario que fundara en 1608 el reformador de la Orden San Juan Bautista de la Concepción en la ermita que allí existía de Ntra. Sra. de Gracia y que le acabó dándole nombre. Además fue el lugar que eligió para morir este excelente escritor místico español que fue canonizado en 1975, y aquí se encuentra enterrado, como comprobaremos en el interior del templo cuando veamos sus reliquias en imagen yacente. Merece mucho la fachada trazada en 1647 por Sebastián Vidal a modo de retablo de tres calles, coincidentes con las naves de la iglesia, donde se ven en hornacinas a S. Juan de Mata, S. Félix de Valois y el Ángel presentando cautivos a la Stma. Trinidad en el centro, liberar cautivos es la razón de ser de la vieja Orden trinitaria. Sobre ellos la Fe, la Esperanza y la Caridad; rematando el frontón (que tiene dentro dos ángeles con escudo y un óculo central) la Virgen de Gracia y los arcángeles S. Miguel y S. Rafael; en los extremos de la fachada, sobre ambas puertas que dan acceso al convento, aparecen Sta. Inés y Sta. Catalina. Transversal aparece la espadaña conventual donde se sitúa el claustro.

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Accedemos al interior por una doble escalinata donde nos recibe una cruz de hierro forjado del siglo XVII colocada, según la inscripción, en 1886. La iglesia es de una sola nave, con capillas en los laterales unidas entre sí, está cubierta con bóveda de cañón con lunetos y arcos fajones que la divide en cinco tramos y cúpula sobre pechinas en el crucero. Todo el conjunto se decoró en el XVIII con estucos y pinturas. El retablo que preside el conjunto se trasladó desde el Convento de Jesús Crucificado, obra de 1702 de Jerónimo Sánchez de Rueda con tres calles separadas por salomónicas y con esculturas de distintas épocas destacando el Crucificado del Manifestador, obra del XVII. Viene a sustituir al primitivo desaparecido en la Ocupación Francesa que a su vez había sido reemplazado por otro neoclásico que duró hasta 1832 cuando se puso este que vemos. Tras la desamortización la iglesia continuó abierta, la Cofradía del Cristo de Gracia tuvo mucho que ver en ello, y el convento fue utilizado como presidio, aunque pronto fue abandonado este destino.

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En las capillas destacan las imágenes de Ntro. P. Jesús Nazareno Rescatado, situado en su camarín en el brazo derecho del crucero, tallado en 1713 por Fco. Díaz Pacheco (inspirada en el madrileño Cristo de Medinaceli) y la del Stmo. Cristo de Gracia, imagen hecha en pasta de caña procedente de México desde donde llegó como donación al convento en 1618 y que contrasta con la estética de la Escuela andaluza habitual en los templos cordobeses (es conocido popularmente como “el Esparraguero” por las ofrendas que se le hacían de este tallo). Ambas imágenes, de mucha veneración en Córdoba, procesionan el domingo de Ramos y el Jueves Santo respectivamente. También hay que mencionar los tres Evangelistas del crucero (el cuarto se conserva muy deteriorado en dependencias conventuales) obras del escultor cordobés Alonso Gómez de Sandoval que está enterrado a los pies de ellos, una lápida lo atestigua; su vida estuvo muy vinculada a este lugar. Y sobre todo hay que detenerse en la magnífica Inmaculada, joya de este lugar, que vemos a los pies de la nave del evangelio, en el crucero. Es obra cumbre del escultor sevillano Pedro Roldán, tallada en 1668 por encargo del obispo Alonso de Salizanes, con destino a una capilla de la Catedral, para elegir entre esta y otra del granadino Pedro de Mena que fue la que se impuso, pasando la de Roldán, de mayor calidad por cierto, a este convento trinitario que acabamos, someramente, de conocer.

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Saliendo del templo, tornamos hacia la derecha para andar por la calle de los Frailes, nombre que toma por su proximidad con el recinto trinitario y conocida antiguamente como Empedrada por ser de las primeras de la ciudad que tuvo ese privilegio. En ella se conserva uno de los tradicionales cines de verano que alivian las noches estivales de los cordobeses, el Cine Delicias inaugurado en 1945. Esta calle nos conduce hasta la plaza de San Juan de Letrán que debe su nombre a la antigua y pequeña iglesia cuya fachada aún se conserva. Pese a su reducido tamaño gozaba de las indulgencias de su homónima romana y en ella se veneraba a la Virgen de Villaviciosa, copia de la original, antes de que esta fuera traída desde la villa serrana cordobesa hasta la Catedral. Hoy se encuentra en San Lorenzo.

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Desde esta plaza, a la izquierda de la fachada de la antigua iglesia, surge la estrecha calle San Juan de Palomares (cuyo nombre original era San Juan y Palomares, un vecino de ella, para no confundirla con otras de la ciudad dedicadas al mismo santo), en cuyo núm. 11 se encuentra uno de los Patios más hermosos de la ciudad, siendo el que en más ocasiones ha conseguido el primer premio en el concurso que se celebra todos los años en mayo. Al final de la calle se situó en su día las huertas del convento trinitario. Hacia el otro lado de la placita sale la calle Montero, que siempre fue de las mejores del barrio y cuyo nombre aparece ya en el S. XIV por lo que los motivos de tal denominación han estado sujetos a muchas elucubraciones, aunque lo más probable es que fuera porque allí vivía uno que confeccionaba monteras.

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También encontramos un bello Patio en la calle Trueque, en el núm. 4, la cual dejamos a nuestra izquierda conforme seguimos nuestra ruta por la calle Jesús del Calvario, que se conocía antaño como del Olmo Gordo por uno que existía frente a San Juan de Letrán, y que nos conduce directamente hacia la plaza de San Lorenzo. Tanto esta como la calle Frailes transcurren casi paralelas (aunque acaban uniéndose en la parroquia) a la que siempre se conoció como Mayor o Ancha de San Lorenzo, nota inequívoca de su preponderancia en la collación, y que hoy lleva el nombre de María Auxiliadora, por la presencia desde hace décadas de los Salesianos en ella. Ambas arterias principales se comunican por la mencionada calle Trueque, la del patio, por ser donde se cambiaba moneda (aunque lo popular dice que fue por unos adinerados que cambiaron su hijo muerto por otro a unos necesitados); la calle Juan Palo, que se dice que era por un vecino dominado por su esposa y que la quejarse a su madre, esta el aconsejó: “Juan, palo, palo en ella, que el loco por la pena es cuerdo”, y que al surtir efecto acabó por dar nombre a la vía; la calle Alvar Rodríguez, por un jurado, afamado en su día, que habitó en ella; y la mencionada del Queso.

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En una encrucijada de tráfico moderno aparece la plaza que con un pequeño jardín triangular contempla la imponente arquitectura de la iglesia que le da nombre, a ella y al barrio, San Lorenzo. En el centro del jardinillo un surtidor y una lápida conmemoran al poeta Aben Hazam, el autor de “El collar de la Paloma” nacido en este arrabal durante la dominación árabe.

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Sobre una antigua mezquita se construyó esta magnífica iglesia de San Lorenzo, una de las fernandinas (por ser fundadas por el rey San Fernando como sabemos), donde en su bella fachada llama la atención su gran rosetón, de cinco metros de diámetro, soberbia muestra del gótico-mudéjar (probablemente el mejor que se conserva en España) sobre el que vemos en hornacina una escultura del santo titular; no es solamente lo que destaca en la imponente vista de la iglesia, también su torre-campanario, renovada sobre el antiguo alminar (aún se puede contemplar parte de él en el primer cuerpo) por el arquitecto Hernán Ruiz II en 1555 a base de tres cuerpos decrecientes, partiendo de una cornisa con balaustrada el primero, girando el segundo 45 grados y el tercero circular en forma de templete rematado con la figura de Santo. Este trabajo de arquitecto cordobés le servirá de pauta para su más célebre realización, el cuerpo de campanas de la Giralda de Sevilla. También hay que detenerse en la portada lateral derecha del templo, puro gótico con ojiva decorada con bolas bajo tejaroz con modillones, habiéndose restaurado la del lado izquierdo en base a ella. La triple portada principal, bajo un pórtico de arcado cubierto de tejas, tiene una central abocinada, con decoración de dientes de sierra y cornisa con modillones, apareciendo la decoración de hojas cuadrifolias y frondas, que se relacionan con la producción del conocido como “maestro de 1260” (de los artistas castellanos que llegarían tras la Reconquista), probablemente formado en la catedral de Burgos; las laterales, de herradura una y apuntada otra, están cegadas.

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Pero todavía nos queda disfrutar de su interior. La planta es la que suelen presentar las iglesias cordobesas de la Reconquista, planta rectangular de tres naves separadas por pilares con columnas adosadas que sostienen arcos formeros sobre el que se sitúa otro ciego, perforado para iluminar el interior, que llega hasta la techumbre que se cubre con armadura de madera mudéjar y siendo la cabecera de triple ábside, poligonal en el central bajo bóveda de crucería gótica; presenta tres ventanas en el central y una en cada uno de los laterales. El arco toral presenta un pequeño rosetón que da luz a la nave central.

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En la restauración efectuada en 1966 se retiró el retablo mayor del S. XVII que cubría la cabecera, hoy lo podemos ver en el último tramo de la nave de la epístola, saliendo a la luz el tesoro más importante que conserva el templo desde el punto de vista decorativo, unas pinturas al fresco medianamente conservadas que representan siete escenas de la Pasión (segunda mitad S. XIV): Beso de Judas, Prendimiento, Injurias de los soldados, Camino del Calvario, Crucifixión, Descendimiento, Entierro de Cristo y Resurrección, las cuales se puede considerar como una de las mejores muestras de la pintura ítalo gótica conservadas en Andalucía. El “descubrimiento” se ha culminado en la última restauración del templo, finalizada hace apenas un año, que han puesto en mayor esplendor más de 200 metros cuadrados de esta joya pictórica, una más de esta iglesia cordobesa.

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Hay que reseñar también varias imágenes escultóricas de mucha devoción en la ciudad; el Stmo. Cristo del Remedio de Ánimas, situado en una capilla con bóveda de arista gótica que se abre al final de la nave del evangelio, antigua capilla de la Magdalena; es un Crucificado del siglo XVII; Ntro. Padre Jesús del Calvario, Nazareno de estética granadina de principios del XVII (fue bendecido en 1724) situado en el ábside de la derecha; y el Señor de la Humildad y Paciencia, talla de principios de esa centuria, que se encuentra en un altar fechado en 1564 delante de un lienzo, El Descendimiento, copia de Rubens. Estos últimos se encuentran en la capilla de dos tramos en la nave derecha que hace funciones de Sagrario. Las dos primeras imágenes citadas procesionan en la Semana Santa de Córdoba.

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Una pequeña calle a la izquierda de la plaza de San Lorenzo delata por su nombre, calle Roelas, que nos adentramos en una zona emblemática para los cordobeses ya que ella nos conduce a la calle Custodio y la Plaza de San Rafael cuyos nombres evidencian que estamos llegando al lugar donde se venera al Arcángel Custodio de la ciudad, edificio erigido en el lugar que estaban las casas del Padre Andrés de Roelas al que se le apareció el 7 de mayo de 1578 el Arcángel haciéndole el Juramento de que el era el Custodio de Córdoba. Al costado de la plaza vemos una hermosa fuente instalada en 1809 rematada con el escudo de la ciudad labrado, plaza que esta marcada por la preponderancia de fachada de la iglesia, donde detenemos nuestros pasos para retomar fuerza y continuar en el siguiente paseo descubriendo, o redescubriendo, encantos de nuestra ciudad.

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